El cacerolazo nacional del 8-N ya pasó y su masividad obliga a mirar para adelante, a partir de los condicionamientos que esa histórica jornada le pone a los tres protagonistas centrales: ¿hacia dónde irán la gente movilizada, la Presidenta y toda la oposición?
En el escenario hay además un cuarto actor, también multitudinario, aunque pasivo esta vez, que no debe dejarse de lado para armar el cuadro y que está representado por todo el espectro de ciudadanos que adscriben al kirchnerismo, con fe tan ciega como los que lo combaten. Lamentable división entre argentinos de estos tiempos; para los ultras de los dos lados todo es blanco o negro; nunca hay un gris.
Está bien claro que cada uno de los actores ha puesto proa a 2013/15 y que todos corren altísimos riesgos. Ninguno de ellos ignora que siempre en política, a todo aquel que se precie de Titanic, fatalmente le aparece un iceberg de frente. Deberán tener todos mucho cuidado, entonces.
Desde lo conceptual, desde su condición de ciudadanos que piensan diferente y que no quieren ser calificados de "facciones", quienes hicieron oír democráticamente sus quejas de modo tan fuerte en todo el país (y en el exterior) buscaron exponer en paz y públicamente sus frustraciones y su negativa a muchas de las políticas oficiales.
En general, pusieron un fuerte énfasis en la preservación de las libertades individuales, incluidas cuestiones económicas e institucionales, junto a pedidos de mayor sinceridad y transparencia a los gobernantes, a los que les critican el doble discurso y la negación de la realidad.
Así, en su amplísimo menú de demandas, la masa de gente que se volcó a las calles, aún entendiendo mayoritariamente que una manifestación de descontento no reemplaza a la emisión del voto, le dijo claramente que "no" al avance desmedido del Estado, a la inflación, a la inseguridad, a la reforma constitucional, a la reelección indefinida, a las presiones a la Justicia, a la corrupción, al cepo cambiario, a la ofensiva gubernamental contra la prensa, a la concepción clientelar de la política, etcétera.
También el mal humor social apuntó a descalificar los modos y las mañas del kirchnerismo, particularmente afecto a una concepción hegemónica y autoritaria de la política, al uso discrecional de los recursos del Estado, a la manipulación del discurso y a la falsificación de las estadísticas, a la victimización, a la búsqueda permanente de enemigos, a la soberbia y a no mostrarse nunca culpable de ningún mal. En cambio, el kirchnerismo agita de modo permanente el fantasma de la crisis global para justificar acciones de gobierno. Los críticos más severos sospechan que es utilizada para justificar, al menos, la mala administración de los recursos del Estado.
El fuerte cuestionamiento al modelo es lo que la Presidenta ha dicho que está propiciado por una "formidable maquinaria de ocultamiento, de manipulación y de mentiras", que todo el Gobierno adjudica al rechazo que hace el Grupo Clarín de dos artículos de la Ley de Medios que, a su juicio, son inconstitucionales y que están en la esfera de la Justicia. Por supuesto, que los voceros oficiales le endilgan al multimedios la autoría intelectual de esta protesta, desconociendo la extraordinaria facilidad de convocatoria que otorgan las redes sociales.
En este punto, y pese al extraordinario aparato de comunicación estatal que en esta oportunidad no pudo ocultar la protesta, Cristina Fernández tiene metido en su cabeza que la gente ha sido llevada de las narices y no solamente en esta ocasión para que salga a la calle, sino de modo "cultural", a través de los años.
La Presidenta ha dicho el viernes pasado que "nos han instalado determinadas frases, títulos, que cuando uno pregunta no saben explicar, no saben desarrollar. No hay argumentación, no hay sustento, no hay idea, es simplemente repetir lo que (se) lee o lo que alguien le dice desde una pantalla de televisión. Cuando uno pregunta ¿por qué?, ahí empieza el embrollo y nadie puede explicar nada".
Cualquier parecido de esta frase con la misión que encaró el programa "6,7,8" a la hora de buscar la voz de los manifestantes de un modo francamente agresivo ha sido, probablemente, pura casualidad. El punto está en que los zócalos de las pantallas propias son tan poco inteligentes y representativos, que entre los indignados que se movilizaron no logra penetrar el relato oficial porque se lo percibe como una imposición ideológica. Esa carencia vuelve locos a los "manipuladores" oficiales.
A Cristina no sólo se le objetan las formas, como la fatiga que le provoca a la gente y al mundo de la política su modo concentrado de conducir. Se le piden además cambios drásticos en cuanto a sus concepciones, que ella dice que no está dispuesta a realizar. "Que nadie pretenda que yo me convierta en contradictoria con mis propias políticas", fue el mensaje en la semana.
Uno de los reparos que le han hecho por estas horas muchos de quienes la votaron hace apenas un año y que salieron a la calle el jueves, se refiere a lo que aparentemente ella nunca explicitó para conseguir su segundo mandato, al que se lo presentó en campaña con mayor previsibilidad y con un mayor acercamiento al mundo.
Ambas cosas han quedado superadas por la realidad, ya que Cristina encaró, de un año a esta parte, un trasvasamiento generacional más acelerado, que coincidió con la bendición de varios núcleos, cuya cabeza más visible es La Cámpora, que empezaron a desplazar al justicialismo del centro de la escena, a partir de una ideología mucho más estatista que la de su primer período y con el mismo o con mayor aislamiento internacional. Sin embargo, las grandes críticas que se centran en el corazón del modelo, lo que la Presidenta ha definido como su "proyecto político" con un "aspecto económico fundamental de inclusión", pocas chances tienen de prosperar en cuanto a rectificaciones. La gente pidió ser escuchada y desde el Gobierno se le avisó desde la negación que deberá esperar la hora de las próximas elecciones y que, por ahora, hay vocación de ir "por más".
Esta afirmación de rumbo casi inmutable ha sido rubricada en los últimos discursos presidenciales y ya se verá cómo le juega a CFK el peso de tanta tozudez. En ellos, marcó territorio, inclusive contestando de antemano las demandas de los caceroleros o refutando elípticamente el día después, en algunos casos con frases muy irónicas o diciendo que si trabaja 24 horas por día "es imposible no equivocarse" y que su "compromiso con el país es inquebrantable".
Como tercera pata del trípode está la desdibujada oposición, que no define aún sus liderazgos ya que el próximo turno es legislativo. Aunque ha tenido en común actitudes de convergencia en lo institucional, como la promesa conjunta de no apoyar una reforma de la Constitución, al menos hasta el fin del mandato de diputados y senadores en 2013. Después, todo dependerá del voto popular. Otras afinidades son aún muy gaseosas, algo que remarcó el viernes la propia Presidenta en sintonía con lo que sienten profundamente (y estuvieron buscando) los manifestantes: "La falta de una dirigencia política que nos presente realmente un modelo alternativo. Nosotros creemos en el nuestro. Que se encarguen los que no creen en él de generar con ideas, con proyectos y con propuestas lo que quiere el resto de la sociedad", explicó.
Días bravos están transcurriendo, en los que hay que convivir con cortes de luz, inundaciones y basura, con el desplante de los funcionarios hacia la Corte en el tema jubilados, los embargos externos y las apretadas a gobernadores e intendentes y con las broncas de todos los sectores gremiales, incluidos los más afines al Gobierno. Y en medio de todo eso, el punto de partida del 8-N tiene como próxima estación nada menos que el 7-D. La nave va. Y con todos arriba.